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El Precio de la Grandeza: Whiplash

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Andrew Neimann (Miles Teller) es un joven y prometedor baterista de jazz, recién ingresado a la escuela de música más prestigiosa de Estados Unidos. En esas aulas, Andrew es descubierto por Terence Fletcher (J.K. Simmons), un estricto profesor que empuja a sus pupilos más allá de sus límites para obligarlos a evolucionar y perfeccionar su técnica perpetuamente.

El largometraje debut de Damien Chazelle, basado en su cortometraje homónimo de 2013, es uno de los ejercicios de rivalidad alumno-maestro más intensos de la historia del cine. El maravilloso duelo actoral de Teller y Simmons inunda la pantalla en todo momento, hipnotizando al espectador desde la primera escena hasta los majestuosos últimos minutos, en los que sencillamente nos olvidaremos de respirar.

Whiplash es la película que demuestra que una cinta no debe estar plagada de acción y explosiones para pegar la mirada de la audiencia a una pantalla. Cada minuto de metraje se siente como un golpe de adrenalina directo al corazón, contagiando la obsesión y la angustia, y poniéndonos al borde del asiento durante los 106 minutos de duración. Conforme avanza el tiempo y la música consume a los protagonistas, el auditorio sentirá la seducción del jazz, y los peligros físicos y emocionales que representa.

El guión es sencillamente fantástico, regalándonos líneas memorables, y poniendo énfasis en sus personajes y los tormentos que deberán sufrir, creando una gran relación de competencia, odio, pasión y los límites humanos. A esto se suma una musicalización excelente, compuesta principalmente de jazz y big band, que contribuirá a acelerar el corazón del espectador con cada redoble.

La dirección, la fotografía y la edición dotan a la película de un dinamismo exquisito. Chazelle se desarrolla como un experto, usando una infinidad de instrumentos que van desde el travelling y los paneos hasta la cámara en mano y unos geniales planos detalle a las sufridas manos del protagonista.

En resumen, Whiplash es una cinta completamente recomendable a todos los amantes de la música, el cine o las historias de obsesión. Con unas interpretaciones extraordinarias, consigue pegar a la audiencia a su butaca durante toda la duración, además de contar con uno de los finales más memorables del año, la década y probablemente el cine en general. Un auténtico ejercicio de virtuosismo, y una gran ópera prima para un director que habrá que seguir de cerca.

 

 

Fernando Valencia

Economista por profesión, cinéfilo y melómano por convicción.

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